El Maníaco


Giraba durante las noches por las partes mas oscuras y apartadas del gran parque. Quienes creyeron haberlo visto lo describieron como un hombre de unos 40 años, alto, algo curvado por el peso de una mochila cargada de libros. Por mucho tiempo se desconoció el móvil de sus crímenes, hasta que una víctima que sobrevivió a una agresión lo reveló. Contó que su verdugo se le apareció de golpe, con una mano le tomó la nuca  y, blandiendo con la otra una afilada cuchilla, le dijo: “o me dices el nombre del barquero infernal que transportaba las almas al lugar de su suplicio a la otra margen del Aqueronte, o te mato”. El agredido se salvó porque sabía la respuesta. Doce hubo en ese año que no corrieron la misma suerte, dos de ellos fueron policías de civil.
 
Se decidió entonces reclutar a seis intelectuales con la intención de parar al criminal. Dos de ellos pagaron con sus vidas. Los otros cuatro, de los cuales dos mujeres, se salvaron. Se analizaron sus preguntas:
“o me dices quién reinventó en su <identidad de observables> la navaja de Ockham, o te mato”;
“o me dices de quién es la poesía que inicia con <Una vez más, anclado en el presente Y lanzando mis miradas al futuro, Vuelvo> o te mato”;
“o me dices de que color es el <caballo atacado por un león> de George Stubbs, expuesto en la  Tate Gallery, o te mato”;
“o me dices porqué un proceso irreversible implica un aumento de la entropía del universo o te mato”.
 
No una igual. No un elemento en común. No una disciplina única. Nada que ayudase a trazar un perfil neto del asesino.
 
Se urdió un plan tan despiadado como lo era ese ser. Una noche, un cabo de policía lo sorprendería, le haría una pregunta a la que el monstruo no supiera responder.
 
Se convocaron los mas altos intelectuales del país para redactar la pregunta fatal. Hubo discusiones, riñas, ofensas. Filósofos que defendían la inescrutabilidad de esa ciencia, matemáticos que planteaban el teorema de la incompletitud de Gödel, poetas que recitaban versos en lenguas arcaicas, historiadores que desacraban hechos históricamente dados por ciertos, críticos de arte que llegaron a invocar la objetividad de la estética, astrónomos que mencionaban constelaciones improbables.
 
Las preguntas se acumulaban, se descartaban y se reelaboraban. No se supo a ciencia cierta cuál de ellas llevó memorizada el cabo cuando se encaminó hacia el parque. Su poca memoria y su mucha emoción hicieron que éste la olvidara después del hecho. Cuentan que pregunta hubo, respuesta no y el maníaco intelectual, víctima de su naturaleza, acabó con si mismo.


 Fidel, 2004

 
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